VALORES INSTITUCIONALES

Principios que guían el actuar de nuestra institución, su cultura y la de las personas que en ella participan.

RESPETO

Reconocemos y valoramos la dignidad, los derechos y la singularidad de las personas, favoreciendo la convivencia armoniosa y contribuyendo a la construcción de una sociedad inclusiva.

PASIÓN POR APRENDER

Vemos el aprendizaje como un viaje continuo y emocionante que nos permite crecer y comprender el mundo, con una motivación que nos dispone a enfrentar los desafíos con una mentalidad abierta y receptiva ante nuevas ideas y perspectivas.

COLABORACIÓN

Buscamos alcanzar metas compartidas, trabajando de manera voluntaria y flexible, valorando las aportaciones del resto y poniendo a disposición nuestros talentos, conocimientos y capacidades para el logro de objetivos comunes.

CUIDADO

Tenemos una especial sensibilidad e interés por reconocer y atender conscientemente las necesidades propias, la de los demás y las del medio ambiente.

INTEGRIDAD

Aspiramos a ser una comunidad honesta, confiable y transparente que actúa con rectitud, manteniendo la coherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos.

PROTOPÍA

Tenemos una visión optimista del futuro. Nos comprometemos con el constante progreso, la adaptación y la capacidad de anticiparnos, cambiando antes de estar obligados a hacerlo y tomando un rol activo en la solución de problemas.

El filósofo y humanista inglés Tomás Moro vivió en tiempos turbulentos a principios del siglo XVI. Por eso, como respuesta, imaginó un modo de sociedad en que no hubiera injusticias ni guerras y en el que todos los seres humanos fuesen plenos y felices. En primer lugar, pensó que ese reino fantástico debía ser una isla, para separarse de la influencia de las eternas disputas sangrientas del continente europeo. A dicha isla le llamo UTOPÍA, y desde entonces se acuñó el término para referirse a un mundo inalcanzable en el que todos los problemas se han solucionado de manera instantánea. La felicidad de un día para otro, o “el paraíso en la otra esquina”, como dice Mario Vagas Llosa.

Los seres humanos sueñan con las utopías, aunque no advierten que la utopía guarda un secreto siniestro: cada vez que creemos que se concreta en la tierra, se transforma en pesadilla, en el infierno desatado. Su problema es la inmediatez. Enseguida la utopía cambia de nombre, se convierte en distopía: aquel lugar que no deseamos jamás, pero del que ya no podemos escapar.

Tan sólo desde el siglo de Tomás Moro hasta nuestros tiempos, las distopías han significado la esclavitud, la desaparición y la muerte de cientos de millones de personas. Bajo la premisa de cambiar el mundo, porque siempre es “por una buena causa”, regímenes dictatoriales de todos los signos han sometido a sus pueblos a la barbarie, y los han despojado de esperanza.

La utopía es un sueño tramposo: te induce a creer que el mundo mejor puede estar esperándote mañana temprano y sin más detonante que el anhelo de tu parte.

La protopía, sin embargo, necesita de ti, de tu dedicación y compromiso con el desarrollo de la sociedad. Una tarea que no ofrece resultados inmediatos, sino paulatinos, en la medida del esfuerzo en conjunto en el que nadie, por ningún motivo, puede ser excluido o quedar atrás. El concepto de isla también queda descartado, necesitamos de una conexión con los demás. La protopía es realista: considera el entorno social, el equilibrio en la disposición de los recursos naturales, y ofrece recompensas ajenas a la quimera del paraíso en la tierra.

La protopía nos enseña que el mundo efectivamente puede cambiar, de manera gradual y consciente, porque depende de nosotros. 

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